martes, 19 de marzo de 2013

Tres secuencias para una sola mujer


I.

Aquella tarde, se deslizó
hasta la cama sin previo aviso.
Se tapó hasta la córnea,
y sólo sus diminutos
pies blancos asomaban
por una esquina
de la sábana,
agitándose como una bandera
en son de paz,
pero llamándome a
participar en una escaramuza
que aún estaba por librar.

II.

El sueño pesaba
sobre sus níveos párpados,
y sobre su espalda mi pecho
como centinela que guarda
un tesoro nocturno.

III.

Entre su tibio pecho
y el sugerente delta que
se esconde entre sus piernas
hay un hueco del tamaño
de un garbanzo.
Ella lo llama ombligo.
Yo, sigilosamente, lo llamo
sala de estar.

© Miguel Ángel Gómez Guerra

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