lunes, 10 de octubre de 2011

LEVANTE

Sólo tus manos son para el desorden,
viento que entra en mi casa sin permiso,
deshoja libros
como abanicos tristes
y borra las palabras aprendidas.
Tiende emboscadas en los tragaluces,
golpea los espejos interiores,
tira los avisperos, vuela las hojas muertas,
desata la calima
que nubla la visión y los sentidos.
Me rompe los contornos
de mi mísma y me esparzo
en un cielo infinito.
No me da ni un respiro para buscar las piezas.
De nuevo irrumpe,
vuelca las lámparas,
incendia las cortinas,
borra los márgenes de la decencia.
Trae las nubes alborotadoras,
el epicentro fiel de los delirios,
amaina,
embiste,
ata, silba, enfurece.
No sabe controlar su intensidad.
Tan sólo echa por tierra,
con la fuerza de un vórtice magnético,
el orden imperfecto de mis años.

©Amaya Blanco García

El vuelo de la lechuza

Como un copo de luz se alza la vieja iglesia.
El cielo está manchado de negras alas rotas,
los arbustos, ya ralos, donde, oscuros,
los ángeles se esfuman. Miro todo
igual que una lechuza, centinela
del instante de vida en que vivimos.
Atrás las luengas piedras
que quedarán cansinas tras la noche
en que el silencio ocupe cada sombra,
cada beso, el silencio, cada deseo un sordo
griterío de cieno. Sobre el oro
que enmarca la portada, ya encendiéndose,
una cúpula bruna señala hacia el vacío,
los arbotantes abren, arcos de luz, sus arcos
y el óxido desciende
hasta opacar la sed de esa sonajería
que seguirá doblando, después, bajo la lluvia.

©Dolors Alberola

Sólo era un sueño…

Esta noche soñé con un cielo
de colores, de libertad.
Soñé como el rojo se apoderaba
en los amaneceres,
como el amarillo, a través del Sol
conquistaba el universo,
y por último, como el morado,
a través del arco iris,
se extendía más y más.
También soñé con un mundo
que giraba hacia la izquierda.
Cómo una minoría crecía,
y se hacía grande y fuerte.

Qué pena que sólo fuera un sueño…

©Pablo Baena Niño